Page 326 - Panorama Audiovisual Iberoamericano 2018
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             Universitario, que acusó a estas coproducciones de ser “el falso cine ecuatoriano” (Granda 2007,
             13), el público urbano-mestizo asistía masivamente para solazarse con las imágenes de un país
             integrado al mundo moderno que este cine le ofrecía.

                 Dos películas, de la decena de filmes de la década, son particularmente representativas de la
             producción y del espíritu que los embarga: la coproducción ecuatoriano-mexicana Fiebre de juventud,
             de Alfonso Corona Blake (1965), y la producción argentina Cautiva de la selva, de Leo Freider (1969) .
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                 Fiebre de juventud, estrenada en el país con el título Romance en Ecuador –por obvias razones
             promocionales– narra la visita a Guayaquil de Enrique Guzmán y sus amoríos y los de su colega
             de la banda musical con las guapas y millonarias chicas del puerto. Guzmán era el nuevo ídolo de
             la música “moderna” mexicana de entonces, ese rock aburguesado de terno y corbata que floreció
             en toda América Latina.

                 Al empezar el filme, sobre las imágenes de los principales monumentos, plazas y edificios
             emblemáticos de Quito, dice la voz de un solemne narrador extraño a la ficción, sacado de un
             documental “objetivo” de la época: “Ecuador, primer país productor de plátano en el mundo,
             cuya capital, Quito, se encuentra ubicada a 2.814 metros sobre el nivel del mar, en la majestuosa
             cordillera de los Andes. Aquí se dio el primer grito de libertad en América” (Corona 1965, 00:04:05).
             Un momento después, sobre imágenes de similar significación de Guayaquil, continúa la misma
             voz educativa: “Esta es la ciudad de Guayaquil, construida al nivel del mar en el corazón del
             trópico, primer puerto marítimo y fluvial del Ecuador” (1965, 00:06:00). ¿Qué más nacionalismo se
             puede esperar de una película “comercial”?

                 Mucho más. Mientras visita con sus amigos mexicanos el monumento a la unidad continental en
             el malecón del puerto, la chica burguesa y educada a quien pretende Guzmán, les explica: “Simón
             Bolívar y José de San Martín, los sueños de la libertad, los primeros hombres que concibieron la idea
             de una América unida, poderosa y libre” (1965, 00:38:45). Más que un nacionalismo “ecuatoriano”,
             la película trasuda un nacionalismo “latinoamericano”, expresado sobre todo en el amor de una
             juventud formal y casta, que termina en matrimonio, entre la pequeña burguesía mexicana y la gran
             burguesía ecuatoriana. Nacionalismo contenido en la vida alegre de un país moderno, de amplias
             avenidas, lujosos hoteles, clubes de golf, surf y yates en playas tipo Acapulco o Miami, rodeado del
             paisaje costanero y andino, donde no aparece un asomo de miseria y desigualdad, ni tampoco otra
             cultura que no sea la europea-urbana, ni otra lengua que no sea la castellana. El Ecuador de Fiebre
             de juventud es un país plenamente moderno.

                 Era la década del surgimiento de una incipiente clase media gerencial y funcionaria bajo las
             alas de la floreciente burguesía nacional. Eran épocas de la Alianza para el Progreso, de la ilusión
             del desarrollo capitalista como la meta social de la región. “Pasa en las películas, pero también en
             Guayaquil” (1965, 12:05), dice de manera asertiva el conserje del hotel ante la duda del protagonista
             sobre si podrá casarse con la chica más rica del puerto. La película incorpora en su elenco a las
             estrellas  del  espectáculo  nacional,  Julio  Jaramillo  y Ernesto  Albán, pero no incluye a ningún
             cinematografista o “técnico” ecuatoriano, como se los llamaba en aquellos años, simplemente porque
             no los había. En los créditos, todo el equipo de realización es mexicano. El aporte ecuatoriano se
             reducía a dos personas del elenco y a la inversión de un pequeño y novelero empresario nacional,
             Carlos Espinoza, el exhibidor guayaquileño de la compañía Filmadora Ecuatoriana.

                 En Cautiva de la selva, los productores argentinos traen a la vedette bonaerense de moda en
             aquellos años, Libertad Leblanc, a lucir sus pechos desnudos frente a unos temibles “aucas, los



             más grave problema de vivienda de la América”. El cine nacionalista de aquella década ignora, precisamente, las dos
             cosas, entre muchas otras (Movimiento Tzántzico 1963, 2).


             3 Los otros títulos de la década son: Mariana de Jesús Azucena de Quito, del español Paco Villar, 1960; Los guambras, de
             Jaime Corral, 1961; La sonrisa de los pobres, del mexicano Rafael Baledón, 1964; las películas dirigidas por el mexicano René
             Cardona, llamadas SOS conspiración bikini (1967), Cómo enfriar a mi marido (1967), Peligro mujeres en acción (1969), 24 horas
             de placer (1969), y Caín Abel y el otro (1971) (Granda 2007, 13).
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