Page 22 - Panorama Audiovisual Iberoamericano 2019
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             podía llegar a producir tan solo hace un par de décadas. Hoy en día el cine de los orígenes, el
             clásico, y ya buena parte del cine moderno y sus derivas posmodernas es requerido desde una
             multiplicidad de espacios nunca visto con anterioridad. Los formatos y las tecnologías quizá están
             en peligro, no tanto los relatos. Lo único que necesitan (necesitamos) para volver a ponerlos en
             circulación es el valor añadido y hoy ese valor añadido tiene un término, una palabra mágica que
             lo determina y esa no es otra que restauración. El concepto en sí ese demasiado amplio, o dicho de
             otro modo, en el lenguaje cotidiano y en el de los medios, es excesivamente laxo y sirve para acoger
             procesos muy amplios y muy diversos. ¿Qué significa restaurar una película? ¿Digitalizarla? ¿Con
             qué tipo de scanner? ¿De 2K, 4K, 8K, 16K? En marzo de 2018 se anunció a bombo y platillo la
             restauración en 8K de My Fair Lady (1964) para su estreno como pieza clave en la campaña de
             promoción de lanzamiento del canal que en esa definición (8K) lanzó en ese momento la televisión
             pública japonesa (NHK). Otra segunda línea de preguntas se establece en torno a los materiales
             originales desde los que se realizan las restauraciones: ¿Qué materiales de base se utilizan? ¿Dónde
             y cómo se buscan los mejores materiales? ¿Cómo establecemos unos protocolos de búsqueda para
             asegurarnos que preservamos, o al menos digitalizamos, la mejor versión posible? ¿Cómo vamos
             a tratar esos materiales? ¿Cómo se van a limpiar y preparar antes de digitalizar? Y todavía existe
             una tercera línea de preguntas: ¿Qué buscamos cuando restauramos una película? ¿Devolverla a
             un estado lo más parecido posible a la versión original pero ahora en un formato digital? Y eso nos
             lleva a otros interrogantes: ¿Qué es una versión original para una obra cinematográfica? Sabemos
             que el cine es un arte que históricamente ha producido versiones diferentes de las mismas películas
             para diversos mercados por una multiplicidad muy amplia de factores sin que ninguna de ellas
             pueda considerarse la original (o con muchos problemas para hacerlo en infinidad de casos). ¿O,
             por el contrario, se trata de una puesta al día de la película? Como cuando Spielberg borró las
             pistolas de la persecución final de ET (1982) y las sustituyó por teléfonos móviles. ¿O se trata de
             ajustar la película a nuevos criterios estéticos como ha hecho Ado/Udolfo/Adolfo Arrieta con toda
             su obra o Víctor Erice en su reciente puesta al día de El sol del membrillo (1992)? Por supuesto, no hay
             una respuesta cerrada a ninguna de estas preguntas, pero lo que sí parece innegable es que el de la
             restauración es un valor de cambio innegable hoy en día.

                 En  2004  se  creó  Cannes  Classics.  Quince  años  después  de  su  nacimiento,  esa  sección  del
             unánimemente reconocido como el festival más importante del mundo ha ido ganando adeptos y
             consolidando su posición entre instituciones cinematográficas y programadores. Casi una treintena
             de títulos (la mayor parte películas restauradas, pero también documentales sobre la historia del
             cine) se presentarán este año en Cannes Classics. Lamentablemente ninguno de ellos es español,
             aunque sí hay un foco en Luis Buñuel con tres películas del director de origen aragonés: L’Age d’Or
             (1930), Los Olvidados (1950) y Nazarín (1959).

                 El patrimonio cinematográfico ha alcanzado en la última década una relevancia global que
             nadie supo anticipar, muchos son los factores que han intervenido para que se produzca esta
             situación. A su vez, los principales actores internacionales han ido tomando posiciones en ese nuevo
             marco para la geopolítica y el softpower: algo así como una mezcla de diplomacia internacional y
             apertura de mercados globales que se apoya fuertemente en la idea de marca-país. Sin ir más lejos,
             y siguiendo con el siempre recurrido ejemplo francés, solo cinco años después de la creación de
             Cannes Classics, en 2009, nació en Lyon el Festival Lumière, impulsado por el mismo director del
             Festival de Cannes y creador de Cannes Classics, Thierry Frémaux. Solo la creación de ese festival,
             que en diez años se ha convertido en una de las citas más chic del calendario festivalero debería
             haber sido motivo suficiente para alertar a las autoridades culturales y cinematográficas de nuestro
             país, pero también a los productores y derechohabientes de las películas, de la importancia de
             lo que estaba ocurriendo. El movimiento no se detuvo ahí, tres años después de la creación de
             Festival Lumière, en 2012, y dentro de la misma cita anual, se dio carta de naturaleza al Marché
             International du Film Classique. En definitiva, la geopolítica y el softpower llevan incorporada una
             parte  de negocio  globalizado  que ningún  gobierno  responsable,  pero tampoco los empresarios
             del ramo, deberían perder de vista. Una de las discusiones más vivas del reciente congreso de la
             FIAF (Federación Internacional de Archivos Fílmicos), celebrado en Lausanne (Suiza) en abril de
             2019, atendió al progresivo encarecimiento de los precios de alquiler de las películas clásicas en sus
             versiones digitalizadas, y a veces, sólo a veces, restauradas. Nombro esta discusión en un contexto
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