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PANORAMA AUDIOVISUAL IBEROAMERICANO 2025
Esto es particularmente problemático en una industria marcada por la informalidad laboral. En
muchos países de la región, los contratos temporales, la ausencia de seguridad social, la tercerización
y la falta de representación sindical efectiva son la constante. En este contexto, la sostenibilidad
social —que implica respeto, estabilidad y equidad— queda fuera del marco. Y aun así, en muchos
reportes ambientales, esta dimensión ni siquiera aparece mencionada.
El componente económico también pesa. La mayoría de las producciones de la Región operan
con presupuestos ajustados. Incorporar prácticas sostenibles suele percibirse como un lujo, una
carga adicional o algo “que solo pueden hacer los que tienen dinero”. Pero repensar el modelo de
producción desde una lógica más consciente y eficiente puede, a largo plazo, traducirse en mejores
resultados y menor impacto. Existen producciones que han demostrado que usar recursos de forma
más racional, planificar con antelación y optimizar procesos también puede reducir costos. Pero esto
exige cambiar la cultura de producción, y no todas las estructuras están dispuestas.
En este panorama, no es extraño que muchas de las iniciativas en sostenibilidad lleguen de
afuera. Desde 2006, diversas organizaciones y estudios han creado herramientas para hacer más
responsables sus producciones. En Estados Unidos, la Green Production Guide ofrece calculadoras de
carbono y directorios de proveedores sostenibles. En Reino Unido, la BBC y BAFTA impulsaron el
sistema de certificación Albert, que también promueve narrativas ambientales en pantalla. Y el EMA
Green Seal en Estados Unidos, evalúa las buenas prácticas ambientales en el set.
Estas herramientas han comenzado a instalarse en América Latina, especialmente en producciones
vinculadas a plataformas internacionales. Pero su implementación no ha sido sencilla. Estas
metodologías fueron desarrolladas en contextos con acceso a energías limpias, estructuras laborales
formales y recursos estables. Al intentar replicarlas en países donde muchas de esas condiciones no
existen, se generan tensiones.
En muchos casos, las medidas se reducen a cumplir con listas de chequeo que tranquilizan
a los financiadores sin transformar las prácticas reales. Se adoptan por obligación más que por
convicción lo que limita su impacto a nivel estructural. Esta lógica puede derivar fácilmente en un
fenómeno de greenwashing: acciones simbólicas que cumplen con una lista de chequeo sin generar
transformaciones de fondo. En lugar de convertirse en una oportunidad para revisar y transformar
los modelos de producción, los estándares se convierten en una carga administrativa que solo
satisface requisitos externos. Esta superficialidad es especialmente problemática cuando no existe un
marco regulatorio local que acompañe, incentive y fiscalice la sostenibilidad desde una perspectiva
estructural, adaptada a las condiciones nacionales o regionales. Sin estos marcos propios, el riesgo
es que la sostenibilidad sea percibida como una moda impuesta desde fuera, más que como una
necesidad urgente del sector y del planeta.
Antes de entrar en los retos que implica la ausencia de datos regionales, es importante entender
cómo se mide hoy el impacto ambiental en la producción audiovisual. A nivel global, se han establecido
categorías estandarizadas que permiten cuantificar los efectos de una producción en el ambiente.
Estas categorías suelen incluir el consumo de energía (dividido entre red eléctrica y generadores),
el transporte terrestre y aéreo, la generación de residuos, el consumo de agua, el tipo de materiales
utilizados (por ejemplo, madera certificada o no certificada), el impacto del catering (especialmente
por el consumo de carne roja) y la trazabilidad de los proveedores.
En respuesta a estas categorías, diferentes herramientas como la Green Production Guide, Albert,
PEACH o EMA Green Seal han propuesto métricas específicas, como la estimación de la huella de
carbono total o el porcentaje de materiales reciclables utilizados. Estas metodologías, en su mayoría
desarrolladas en países del Norte Global, han empezado a replicarse en América Latina, a veces con
acompañamiento técnico de plataformas como Netflix o Amazon, y en otras ocasiones, impulsadas
por productoras locales que buscan adaptarse a las nuevas exigencias del mercado internacional.
Sin embargo, replicar estas métricas en la región presenta desafíos propios. Por un lado, no siempre
es posible acceder a los datos necesarios: no existen reportes de consumo energético diferenciados
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