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PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL Y SOSTENIBILIDAD EN AMÉRICA LATINA:
RETOS ESTRUCTURALES Y CAMINOS EMERGENTES
por producción, ni sistemas de medición de residuos, y en muchos casos el transporte de personal
y equipos es tercerizado, lo cual dificulta su trazabilidad. Por otro lado, los parámetros con los que
se evalúan los resultados muchas veces no reflejan las condiciones locales. Una producción que en
Londres puede conectar todos sus equipos a una red eléctrica renovable, en regiones de América
Latina debe operar con generadores diésel porque es la única opción disponible.
Esto lleva a una gran pregunta: ¿hasta qué punto tiene sentido importar herramientas de medición
sin adaptar sus criterios a la realidad latinoamericana? La necesidad de desarrollar metodologías
propias, contextualizadas y alineadas con los marcos regulatorios y energéticos de la Región es urgente.
Una dificultad central es la falta de datos propios. Aún no contamos con una línea base regional
que nos permita saber cuánto contamina una producción audiovisual promedio en América Latina. En
ausencia de esa información, muchas acciones se enfocan en aspectos visibles, pero de bajo impacto
real, como el manejo de residuos, que representa apenas el 1% de las emisiones totales según los
reportes globales. Esto impide una toma de decisiones informada y perpetúa soluciones cosméticas.
El acceso a energía limpia es otro cuello de botella. En zonas urbanas puede haber posibilidad de
conexión a la red, pero en locaciones rurales —tan comunes en las producciones de la Región— esa
opción es inexistente. La dependencia de generadores diésel no es una elección, es una necesidad
operativa. Las soluciones renovables portátiles son caras, poco accesibles y requieren capacidades
técnicas que muchas veces no están disponibles en el equipo local.
Ahora bien, no todo es limitación. En países como Colombia y Uruguay, la matriz energética es
más limpia que en muchos países europeos. En lugar de importar tecnologías adaptadas a contextos
distintos, sería más estratégico aprovechar las redes locales y fomentar la conexión directa a la red
nacional donde sea posible. Esta es una oportunidad poco explorada, pero con gran potencial si se
acompaña de una política energética que dialogue con el sector audiovisual.
Tampoco se puede ignorar la falta de articulación entre los marcos culturales y ambientales. En
la mayoría de los países latinoamericanos, las políticas públicas en cultura no dialogan con las de
sostenibilidad. Esto hace que los fondos audiovisuales no incluyan criterios ambientales, ni los marcos
ambientales reconozcan la particularidad del sector creativo. En países como Canadá o Francia, las
producciones reciben incentivos si cumplen con ciertos estándares verdes. En América Latina, en
cambio, la sostenibilidad sigue dependiendo casi exclusivamente del entusiasmo de algunos equipos
o de exigencias externas.
Pero no todo depende del Estado. A nivel micro, muchas producciones han demostrado
que es posible avanzar con creatividad y sentido común. Aunque no existen reportes públicos
sistematizados sobre buenas prácticas sostenibles en América Latina, se ha hecho cada vez más común
la implementación de estrategias como la medición de la huella de carbono, el manejo adecuado y
diferenciado de residuos en los sets de rodaje, y la reutilización tanto de materiales de construcción
como de vestuario. Estas acciones, aunque a menudo no son visibilizadas en informes internacionales,
representan esfuerzos significativos hacia una transformación posible y contextualizada.
Hay rodajes que han reutilizado sets de otras producciones, que han trabajado con recicladores
informales, que han reducido significativamente el uso de carne de res en el catering para disminuir
el impacto asociado a la deforestación, o que han gestionado su logística de forma más eficiente
compartiendo transporte. Estas experiencias no son anecdóticas: son ejemplos concretos de una
sostenibilidad situada, práctica, posible.
Sin embargo, para que estas iniciativas pasen de ser casos aislados a una transformación sistémica,
hace falta mucho más. Primero, una línea base propia, construida con datos de la región, que permita
conocer nuestros impactos reales. Conocer esa realidad es la condición mínima para diseñar políticas
públicas pertinentes, formar profesionales con herramientas adecuadas, e impulsar tecnologías
adaptadas.
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