Page 330 - Panorama Audiovisual Iberoamericano 2022
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                 Mientras, pacientemente, en todo el mundo, cineastas regidos por la necesidad de descubrir
             la multiplicidad de formas de vida, fascinados ante la diversidad y particularidad de las culturas,
             deslumbrados por la bondad o el maltrato en las relaciones humanas, conmovidos por los impactos
             de la desigualdad social, urgidos de comunicar los aconteceres humanos en los rostros de los propios
             protagonistas, en la intimidad de sus propios espacios, en el día a día o en el macro-acontecer de
             sus comunidades, entre los contrastes de sus propias luces y las atmósferas de sus sonoridades,
             indagaban sobre el sentido de lo real provistos con la mínima tecnología necesaria, exploraban,
             experimentaban, buscaban formas, ritmos, tiempos, registraban al azar, ¡filmaban!, moldeaban
             realidades cinematográficas diferentes que hoy irrumpen con una fuerza incontestable y obligan a
             todos los estamentos implicados en el panorama audiovisual o, como se acostumbra decir ahora “en
             el ecosistema”, no solo a valorarlas sino a estudiarlas, descifrarlas, incorporarlas en sus catálogos y
             aceptar sus influencias en sus producciones. El peso entre lo ficcionado y lo real pareciera tender a
             encontrar su balance y los géneros se permiten dialogar entre ellos, jugar e, incluso, a confundirse.

                 Recuerdo cuando en 1999 nos reunimos en Quito un grupo de documentalistas, provenientes
             de diversos países de América Latina con el fin de analizar la situación del “género” en nuestra
             región. Los informes de cada país eran semejantes: “Somos una mina de posibilidades, nuestros
             procesos, territorios, problemas y riquezas están por contarse desde nuestra propia visión y hay
             una nueva generación urgida por tomar en sus manos el relato de su historia; tenemos necesidad de
             potenciar la producción, pero son pocas las fuentes de financiación y, aparte de algunos espacios en
             los canales de televisión pública, nacionales o regionales, son pocas las ventanas para difundirlas”.

                 Ante nosotros mismos y ante los ojos de los franceses que hacían de anfitriones, y que en aquel
             momento lideraban, junto a los ingleses y canadienses, la producción documental que circulaba
             por el mundo y promovían la expansión del género y la coproducción con países asentados en
             paraísos geográficos enfrascados en agitados procesos políticos y sociales, que daban muestra de
             su necesidad de auto-narrarse, se hizo evidente que el trabajo de “quijotes” con nombre propio
             que había mantenido viva las referencias del documental latinoamericano entraba en otra época.
             Nos hallábamos en los albores de una generación para quien lo audiovisual era su medio natural
             de expresión, la cual, reconociéndose parte de un gran continente que se lamentaba de la precaria
             memoria –histórica y cinematográfica-, estaba dispuesta a construirla explorando a profundidad lo
             real, siguiendo el rumbo trazado por sus propias necesidades. Acechaba una avalancha de nuevos
             documentalistas que multiplicarían la producción de películas. Una joven generación que aportaría,
             inevitablemente, nuevas aproximaciones formales y conceptuales a los relatos.

                 Evidenciamos la necesidad de crear y establecer procesos de formación para asegurar la calidad
             en las realizaciones, de presionar ante el estado la generación de políticas y mecanismos de ayuda
             e inversión para la producción, acciones organizativas que sumadas a las recientes invenciones
             tecnológicas, que daban pie para hablar de una “democratización” de los medios de producción,
             facilitaran el desenvolvimiento de los nuevos emprendimientos creativos y el bienestar de quienes
             pretendíamos vivir de la profesión. Teníamos claro que deberíamos participar en todos esos
             procesos y que se hacía urgente contar con una representación como colectivo, que tuviese voz y
             validara nuestra presencia.

                 Fue entonces cuando decidimos iniciar un proceso asociativo. En la delegación colombiana
             propusimos un nombre génerico: ALADOS, una sigla que surgía del deseo de hermandad, pues
             pretendía abarcar toda la región -Asociación LAtinoamericana de DOocumentalistaS- e invitamos
             a nuestros colegas para que, al retorno a nuestras bases de operaciones, creáramos capítulos con
             igual denominación en los diversos países. Conjugamos la emoción y las ilusiones. Sin embargo,
             el tiempo pronto nos demostraría que aún no estábamos maduros para tan ambicioso proyecto. En
             los años siguientes nacieron muchas asociaciones en América Latina con diversas denominaciones
             y se crearon los festivales especializados en lo documental que hoy conocemos, pero solamente
             en Colombia se guardó aquel nombre: ALADOS, al que se le agregó la nacionalidad -Corporación
             colombiana de documentalistas-. Aun hoy, para algunos socios, entre quienes me cuento, permanece
             viva la ilusión de que un día lograremos la unión propuesta en un principio.
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