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EL DÍA DE LA BALLENA                                 259



            lo derrite todo y las discusiones al arrancar cada día nos han enseñado a planear un poco mejor
            los llamados escalonados, pero aún no superamos la preocupación por esta rutina agotadora para
            los actores.

                Los chicos no pueden creer que ven ya a la ballena; comentan entre sí y se empujan con gestos
            extraños, con intimidad y con movimientos casi toscos; parecen de hermanos de verdad, me recuerdan
            a mis sobrinos. Viene la asistente encargada de los niños y lleva a la protagonista de regreso a la
            estación de maquillaje, de donde ha escapado hace unos minutos. Debe volver porque se requiere
            pegar en sus brazos pellejos de látex y hacer manchas de sangre, porque en esta escena el personaje
            llega con pequeñas heridas.

                10:30 am
                Ana Cris, la directora, está de nuevo en la playa y se le nota contenta luego de ver a la ballena
            desde arriba, desde el filo del acantilado. Yo escucho su conversación con Ali desde mi trinchera
            de utilería – ¿o decoración? En estos casos nunca me ha quedado claro dónde limitan estos oficios,
            pero no creo que importe mucho, en estos momentos importan poco los roles fijos o las jerarquías
            marcadas del cine – y me levanto hacia ellas. La ballena en poco tiempo se ha transformado en un
            ser real, es un ser del mar, en su lomo se delata la presencia de la sal y el sol refleja los tonos de arena
            y los colores de cada molusco en su piel.

                Desde el otro lado de la ballena, llega Rodolfo que deja notar sus dudas e inconformidad.
            Considera que las texturas no aportan al realismo de su obra y señala algunos puntos donde parece
            exagerado. Comprendo que le ha afectado oír las propuestas para cubrir al animal para el plano
            cerrado, como si estuviese mal hecha. Le escuchamos atentamente y repetimos que es súper real y
            que texturizada sólo mejoró. Se aleja todavía inconforme, porque su asistente le llama. Necesitan
            probar el mecanismo de la respiración.

                Ana Cristina y yo nos miramos, y su mueca clásica de la boca delata cierta intranquilidad. Hemos
            trabajado ya años y ésta es nuestra segunda película juntas. Aunque no hablamos tanto en rodaje,
            por el torbellino de decisiones, gente y urgencias, siento que en momentos como este – y más aún
            cuando surgen imprevistos complejos o situaciones de caos y algún desborde emocional - un gesto
            claro o unas palabras al margen del set pueden ayudar a llevar el peso de liderar el barco. Espero
            que así sea. Conocemos cada milímetro del guión y preservar lo esencial debería ser mi rol. Hoy, a
            más de tres años de distancia de ese día de rodaje, con una película finalizada contra viento y marea,
            y con los aprendizajes de filmar en pandemia, este rol sólo se afirma.

                No estudié cine, aprendí de colegas mayores, que también aprendieron haciéndolo. Con el pasar
            de los años, aprecio más y más esa libertad que tenemos de salirnos del esquema clásico de los
            modelos de producción. La Piel Pulpo, la pandemia y la crisis actual nos han obligado, como pasa
            con la vida en el mar o en la selva, a reinventarnos, adaptarnos y respetar cada día más la escasez y
            el trabajo colectivo. Gracias a este aprendizaje quizá puedo mantener una mirada crítica al discurso
            del desarrollo industrial, a la vez que revivo esa adrenalina casi adictiva de formar un equipo
            grande, que trabaja al unísono para crear enormes animales y escenas impactantes que ameritan
            cada milímetro del despliegue.
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